El valor de la vida

Si la vida se hace más bella y milagrosa por ser tan corta, y decido terminar con mi vida mañana… entonces luego de tomar esta decisión, la vida debería parecer abrumadoramente hermosa y milagrosa. En dado caso, ¿cómo alguien podría cometer suicidio? La belleza y el milagro, así pues, son independientes de la vida misma.

Quise compartir con ustedes algunos pensamientos filosóficos que escribí a un amigo. Algunos hablan acerca de la falsa muestra de coraje de los materialistas quienes reclaman que el mundo es hermoso y “milagroso”, y que la brevedad de la vida no resta valor a ello, pero de hecho hace que ésta sea más interesante, por consiguiente ellos no tienen interés en el alma espiritual o Dios.

Cuando perdemos algo que tiene un valor positivo y nuestra pérdida no trae en sí un despertar, ni es reemplazado por un algo de aún más valor, entonces tal pérdida debe tener un valor positivo que precisamente corresponda al valor positivo del cual hubo pérdida. Un ejemplo simple: si pierdo diez dólares, pierdo precisamente el valor positivo, en este caso los diez dólares. Si invierto diez dólares y los convierto en veinte, esa no es una pérdida. Similarmente, si doy en caridad diez dólares, la recompensa puede fácilmente superar a la “pérdida”. Una persona egoísta puede que disfrute del reconocimiento de haber dado algo. Una persona más virtuosa disfrutaría la felicidad de la virtuosidad en sí misma. Si simplemente perdemos diez dólares (se caen de nuestro bolsillo) y no nos importa, eso significa que simplemente no son tan importantes para nosotros.

Así pues, entre más valoramos este mundo milagroso, más será lo irremplazable, la pérdida no redimida de la vida debe significar un valor negativo. Uno puede argüir que la misma temporalidad de la vida, su brevedad, aumenta su valor. Apreciamos cada momento de la vida, tal como la gente valora grandes diamantes, precisamente porque son escasos. Pienso que este argumento en última instancia falla al no llegar al más elevado sentido de lo “valioso”. Para algunos, el valor de un enorme diamante radica en su rareza. Pero eso es más una vanidad social, una influencia de mercadeo; por ejemplo, el placer de poseer, o soñar con poseer, que tan pocos poseen. El verdadero valor del diamante debe radicar en su belleza intrínseca, la cual es espléndida. La auténtica, milagrosa belleza de un diamante no puede depender de la cantidad de tales objetos en la tierra. Aquí existen innumerables copos de nieve, sin embargo cada uno de ellos es hermoso, sin importar si tienen un bajo “precio de mercado”.

Similarmente, el verdadero disfrute de un diamante no puede depender de saber si uno lo va a perder pronto. Tal previsión puede inspirarlo a uno a “disfrutar mientras pueda”, pero la verdadera esteta de la naturaleza no dependerá de tal estímulo, tal como solo su apreciación no dependerá de la cantidad que haya disponible para nosotros, de tales objetos.

Tal apreciación verdadera no es dependiente de, ni es sujeto a una pérdida permanente, ni está basada en la rareza o preponderancia, debe constituir la más alta apreciación del diamante, o de cualquier otro objeto maravilloso.

Conclusión: el presagio del eventual deceso del cuerpo puede llevarlo a uno a apreciar y valorar la vida de una mejor manera, pero aquel que verdaderamente aprecia la vida no se detendrá allí, sino que diligentemente buscará un significado que de soporte a ésta más allá del fallecimiento del cuerpo. En otras palabras, el milagro de la vida debería guiarlo a uno a profundizar en sus orígenes y estados máximos.

Con mis mejores deseos,

HD Goswami
Traducido del inglés por Bhaktin Sarah, Colombia.

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